"Hesperus que estás en los cielos, ilumina nuestras mentes, así como das calor a nuestros cuerpos. Perdona nuestras ofensas, que cometimos en el rincón más oscuro de nuestra alma..."
El paladín rezaba, como cada mediodía, buscando el consuelo de saber que un día más, poseía el favor de su deidad. Saber que cumplía su misión sagrada con honor y valentía. No era una vida que hubiera elegido, pero sí estaba orgulloso a donde había llegado, y tenía grandes ambiciones de hasta donde podría llegar. Y al fin había recibido la oportunidad que tanto estaba buscando. Por ello, debía dar gracias a su patrón divino.
Tras sus oraciones, Ulric se levantó y se dirigió hacia los juzgados. Hoy era la vista previa del caso al que había sido asignado como Fiscal del Imperio. Junto a él, su escudero, Jonas, el joven noble de la familia Thordrick. Al contrario que él, Jonas había ingresado en la Iglesia de la Luz Resplandeciente de Hesperus gracias a los contactos de su familia con la Iglesia. Era una costumbre común que segundones como Jonas tomaran la senda eclesiástica, como modo de ganarse la vida. Jonas era un joven valiente, apenas unos pocos años menor que él, aunque necesitaba una lección de humildad, que él, Ulric Schmieder, estaba más que dispuesto a darle. No porque lo odiase, ni tampoco porque tuviera envidia por su linaje. Lo hacía porque había una guerra apenas doscientas millas al este. Y algún día, ambos tendrían que ir a luchar en ella. Y en la guerra no hay lugar para el orgullo o la desidia. En la guerra, sólo hay vivos y muertos. Él pertenecía a los vivos. Y aspiraba a que Jonas también lo hiciera.
Ulric sólo había estado una vez en la guerra. Era un hombre de letras, más que de armas. Sin embargo, uno no suele poder escoger el rumbo de su vida. "Todos tenemos un destino, y el mío era el de luchar por mi país en la guerra contra los elfos. Y el destino de ese elfo es el de morir por traición y asesinato." Sabía que no sería fácil convencer al juez. Las pruebas son, como mucho, circunstanciales, pero el elfo portaba el arma del crimen, de eso no había duda. Él no la tenía, al menos. ¿Cómo podía haber llegado el arma a sus manos, si no era el criminal responsable?
"Los elfos son expertos en el engaño. Como aquella vez en el Bosque del Roble Viejo". Aquella fue una de las batallas más duras de su vida. Él había luchado con la infantería pesada, los llamados "Zweihänderkämpfer". Su misión, la de hace frente a la caballería ligera élfica. Iban fuertemente protegidos con gruesas armaduras, y portaban pesadas armas que se manejaban con ambas manos. Avanzaban a paso lento, pesado. Los elfos eran mucho más rápidos. Portaban armaduras ligeras de cuero, o ninguna en absoluto. Avanzaban en silencio por entre las copas de los árboles. Usaban penetrantes flechas que usaban con arcos compuestos. En resumen, había sido una masacre. Si hubieran llegado a la Fortaleza del Paso del Olmo... pero ellos los esperaban por el camino. Los exploradores montados en hipogrifos habían transmitido al cuartel general impresiones de la fortaleza abandonada mediante el uso de enlaces mágicos. No conocía los detalles, pero los magos tácticos establecían contacto mental con los exploradores para poder obtener una impresión en primera persona del campo de batalla. Por lo tanto, el comandante ordenó tomar la fortaleza, y establecer un punto fuerte en el bosque. Si podían tomar la colina, la caballería aérea podría extender su rango de acción. En la teoría, sonaba muy bien. Sin embargo, las cosas se comenzaron a complicar porque no había ninguna división de infantería ligera en la cercanía, así que los mandaron a ellos. El resultado había sido fatal. Los elfos se habían parapetado en los alrededores de la fortaleza, colocado trampas en la falda de la montaña, y, cuando pretendían huir, apareció la caballería aérea élfica montada en los pequeños dragones de las Colinas Azules. Él fue el último oficial en pie. En consecuencia, fue capturado y llevado a la fortaleza, donde pasó siete largos meses, hasta que de pronto, un día, los elfos se habían ido, dejando la puerta abierta. Cuando pudo volver a territorio imperial, supo que habían ganado la guerra.
En todo ello pensaba Ulric, mientras avanzaban por las calles de Grenz, en dirección al Palacio de Justicia. Cuando pasaban por la Plaza de Oldengarten, Jonas se paró de repente. Ulric se dio la vuelta.
"¿Qué ocurre, Jonas?"
El paladín rezaba, como cada mediodía, buscando el consuelo de saber que un día más, poseía el favor de su deidad. Saber que cumplía su misión sagrada con honor y valentía. No era una vida que hubiera elegido, pero sí estaba orgulloso a donde había llegado, y tenía grandes ambiciones de hasta donde podría llegar. Y al fin había recibido la oportunidad que tanto estaba buscando. Por ello, debía dar gracias a su patrón divino.
Tras sus oraciones, Ulric se levantó y se dirigió hacia los juzgados. Hoy era la vista previa del caso al que había sido asignado como Fiscal del Imperio. Junto a él, su escudero, Jonas, el joven noble de la familia Thordrick. Al contrario que él, Jonas había ingresado en la Iglesia de la Luz Resplandeciente de Hesperus gracias a los contactos de su familia con la Iglesia. Era una costumbre común que segundones como Jonas tomaran la senda eclesiástica, como modo de ganarse la vida. Jonas era un joven valiente, apenas unos pocos años menor que él, aunque necesitaba una lección de humildad, que él, Ulric Schmieder, estaba más que dispuesto a darle. No porque lo odiase, ni tampoco porque tuviera envidia por su linaje. Lo hacía porque había una guerra apenas doscientas millas al este. Y algún día, ambos tendrían que ir a luchar en ella. Y en la guerra no hay lugar para el orgullo o la desidia. En la guerra, sólo hay vivos y muertos. Él pertenecía a los vivos. Y aspiraba a que Jonas también lo hiciera.
Ulric sólo había estado una vez en la guerra. Era un hombre de letras, más que de armas. Sin embargo, uno no suele poder escoger el rumbo de su vida. "Todos tenemos un destino, y el mío era el de luchar por mi país en la guerra contra los elfos. Y el destino de ese elfo es el de morir por traición y asesinato." Sabía que no sería fácil convencer al juez. Las pruebas son, como mucho, circunstanciales, pero el elfo portaba el arma del crimen, de eso no había duda. Él no la tenía, al menos. ¿Cómo podía haber llegado el arma a sus manos, si no era el criminal responsable?
"Los elfos son expertos en el engaño. Como aquella vez en el Bosque del Roble Viejo". Aquella fue una de las batallas más duras de su vida. Él había luchado con la infantería pesada, los llamados "Zweihänderkämpfer". Su misión, la de hace frente a la caballería ligera élfica. Iban fuertemente protegidos con gruesas armaduras, y portaban pesadas armas que se manejaban con ambas manos. Avanzaban a paso lento, pesado. Los elfos eran mucho más rápidos. Portaban armaduras ligeras de cuero, o ninguna en absoluto. Avanzaban en silencio por entre las copas de los árboles. Usaban penetrantes flechas que usaban con arcos compuestos. En resumen, había sido una masacre. Si hubieran llegado a la Fortaleza del Paso del Olmo... pero ellos los esperaban por el camino. Los exploradores montados en hipogrifos habían transmitido al cuartel general impresiones de la fortaleza abandonada mediante el uso de enlaces mágicos. No conocía los detalles, pero los magos tácticos establecían contacto mental con los exploradores para poder obtener una impresión en primera persona del campo de batalla. Por lo tanto, el comandante ordenó tomar la fortaleza, y establecer un punto fuerte en el bosque. Si podían tomar la colina, la caballería aérea podría extender su rango de acción. En la teoría, sonaba muy bien. Sin embargo, las cosas se comenzaron a complicar porque no había ninguna división de infantería ligera en la cercanía, así que los mandaron a ellos. El resultado había sido fatal. Los elfos se habían parapetado en los alrededores de la fortaleza, colocado trampas en la falda de la montaña, y, cuando pretendían huir, apareció la caballería aérea élfica montada en los pequeños dragones de las Colinas Azules. Él fue el último oficial en pie. En consecuencia, fue capturado y llevado a la fortaleza, donde pasó siete largos meses, hasta que de pronto, un día, los elfos se habían ido, dejando la puerta abierta. Cuando pudo volver a territorio imperial, supo que habían ganado la guerra.
En todo ello pensaba Ulric, mientras avanzaban por las calles de Grenz, en dirección al Palacio de Justicia. Cuando pasaban por la Plaza de Oldengarten, Jonas se paró de repente. Ulric se dio la vuelta.
"¿Qué ocurre, Jonas?"
"Me ha parecido que alguien nos seguía. Un elfo."
Ulric miró alrededor. Se concentró, y realizó una breve plegaria a Hesperus en el idioma sagrado. "Oh, Hesperus, arroja luz sobre aquello que está oscuro, y muestra la cara de mis enemigos."
Pronto lo vio, un elfo que se mezclaba ahora con la gente que había en la plaza. Iba encapuchado, de forma que sus puntiagudas orejas no llamaran la atención. Sin embargo, su delgadez y la palidez de su piel era reveladora. No era como los elfos salvajes con los que él había luchado en la guerra. Estaba seguro de que aquél se había criado en la ciudad. Sus ropas eran refinadas, y mostraba la gracilidad del pueblo bello en sus pasos. Se encaró con él.
"¿Por qué nos estabas siguiendo, elfo?"
"Nuestros caminos simplemente se cruzaron."
"Es posible que más cosas se crucen entre nosotros, si no me dices la verdad", dijo Ulric, llevándose la mano al cinto en el que portaba una espada corta, debajo del hábito -pues no estaba permitido a los caballeros portar sus armas dentro de la ciudad, en tiempos de paz, sólo puñales y armas sin filo para la defensa personal-.
El elfo hizo el amago de hacerse a un lado, sólo para golpear el bajo vientre del paladín, con una fuerza antinatural en alguien de tan delicada figura. Luego sacó un papel de su bolsa, y lo arrojó sobre el caballero de la Iglesia. Cuando se recuperó del golpe, el elfo había desaparecido. Leyó el papel, tras recogerlo del suelo. Era un panfleto impreso que decía "Libertad para el Príncipe Beriadan. Poned fin a la persecución religiosa y política de nuestro pueblo. Levantáos, hermanos del pueblo lunar". Ulric hizo una mueca de desprecio, y se guardó el papel. "Los elfos odian nuestras máquinas, pero bien se ve que no tienen problemas en usarlas en nuestra contra". Sabía bien lo que debía hacer, pero ahora, el Juez esperaba por él.
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