Fritzl tosió, y recogió sus gafas. Las limpió con un pañuelo que sacó de su chaqueta. Estaban llenas de polvo, y tenían un rayazo en las mismas, provocado por la caída. No obstante, eso se convirtió en el menor de sus problemas cuando la mujer rubia que había venido a buscar se encontraba apuntándole con una pistola. En la otra mano tenía un extraño aparato. Parecía un mando a distancia de construcción casera. El detective, Clive, creía recordar que se llamaba, apareció poco después. Estaba igual de cubierto de polvo y de magulladoras que Helen. No obstante, parecía que la peor parte se la había llevado él. ¿Cómo podía ser? Recordaba una explosión unos pocos segundos antes, el dolor... un dolor tan intenso que parecía que los ojos fueran a salírsele de las cuencas, que cada partícula de su cuerpo fuera a desintegrarse en una explosión atómica. Pronto entendió lo que ocurría. Le habían hablado de ello durante su formación como sintonizador.
-Los sintonizadores sois especialmente sensibles a las corrientes electromagnéticas. Por eso fabriqué un dispositivo emisor de una potente onda. Como ves, mi casa no ha sufrido más daños que los causados por tus hombres. Por lo que por cierto, pagaréis bien caro. Ahora dime, ¿qué es lo que queréis de mí? Ya no trabajo para la Corporación. Es más, no trabajo para nadie, salvo tal vez para mí misma. Ellos te han enviado aquí. Sabía demasiado, supongo. Pues te equivocas: no sé una mierda. Así que espero que tú empieces a cantar, y pronto.
Le dolía muchísimo la cabeza. Era como una resaca, pero mil veces peor. Le costaba moverse, y a duras penas consiguió sentarse. Pero lo hizo. La mujer siguió apuntándole, y hablando.
-¿Le ha enviado mi padre? Él sabe de sobra que no quiero verlo. Sabe de sobra lo que opino de lo que hace... En realidad, creo que le han hecho una encerrona, Fritzl. Ahora es mi prisionero, y no dudaré en hacer lo que sea necesario para saber dónde está Kevin y qué han hecho con él. Ni siquiera un escuadrón con sus mejores hombres ha sido capaz de capturarme, pero imagino que no tardarán en venir más, ¿verdad?
Entonces el detective apuntó hacia la mujer.
-En realidad, no ha sido al señor Fritzl a quién su padre ha enviado, señorita Rhinehart. Ha sido muy considerada al salvarme la vida, pero tengo un trabajo que hacer. Ahora, deje el arma en el suelo, muy despacio.
La mujer obedeció. Fritzl no pudo contener una mueca de ironía. Buscó con la mirada su sombrero y alargó el brazo para cogerlo. El detective se movió con rapidez para apuntarle. Fritz se quedó quieto, con la mano extendida, y con cara de fastidio.
-No le he dado permiso para moverse, Fritzl. Usted también viene. Sospecho que los gnomos para los que trabaja mostrarán mucho más interés en pagarme si le mantengo retenido.
El detective sacó su teléfono móvil, y se percató de que las interferencias causadas por la explosión electromagnética de Helen impedían que recibiera señal. Tendría que esperar un rato hasta que la señal se aclarara de nuevo. Mientras tanto, había algunas cosas que quería saber.
-Ahora quiero que respondáis algunas preguntas. Quiero saber en qué clase de fregado me habéis metido. Empieza tú, Fritzl. ¿Qué es la Corporación?
-Sé que son una organización antigua, aunque no sabría precisar cuánto. Su objetivo es controlar la paratecnología, y monopolizar su difusión.
-¿Paratecnología? ¿Qué diablos es eso?
-Tecnología que no ha sido creado en este mundo.
-¿Quieres decir que se trata de una especie de conspiración alienígena?
-No, que yo sepa. Todos los miembros de la Corporación que conozco son humanos. Aunque podría ser que solo usaran agentes humanos en las Tierras...
-¿Tierras? ¿Quieres decir que hay más de una? En fin, prefiero no saberlo. Señorita, ¿sabe usted algo más? -dicho lo cual pasó a apuntarla a ella. Fritz cogió su sombrero y comenzó a quitarle el polvo. Clive le miró con desprecio, pero siguió apuntando a la joven-
-No defiendo la Corporación, pero si me vas a llevar ante mi padre, pregúntale a él.
-Te estoy preguntando a tí, ahora.
-Mi padre no es ningún alienígena. No hay ningún alienígena en la Corporación.
-Las armas que usaban esos tipos... no existe en este mundo, que yo sepa. No sé de dónde la han sacado, pero nunca había visto nada similar. Y no se trata solo de las armas... todo su equipo es extraño. Parecen sacados de un videojuego.
Fritzl tomó la palabra:
-No son producto de ningún videojuego, aunque es verdad que algunos han sido con la finalidad de acostumbrar a los niños y jóvenes a usar armas que en el futuro serán comunes.
-Vale, supongamos que me trago todo eso: armas futuristas, teletransportación, una conspiración... ¿por qué actúan de esa forma? ¿por qué no dejar que esa... paratecnología sea libre y ya está?
-Herr Thomson, el mundo del que yo procedo fue arrasado por la irrupción sin control de la paratecnología. Los británicos casi destruyen Nueva York con ella. Y ha habido muchos más incidentes provocados por ella durante la guerra.
-Así que ahora resulta que esos tipos son los buenos de la película. Esa sí que es buena. Sin embargo, ellos la utilizan, ¿no es verdad? Usted fue enviado por la Corporación Rhinehart, y sus hombres utilizan esa paratecnología. No me parece que me esté contando la verdad, Fritzl.
-Me temo, Herr Thomson, que nadie sabe la verdad sobre la corporación. Nadie, salvo una persona. Y esa persona murió sin dejar rastro de su investigación.
Helen cayó en la cuenta. El abuelo de Kevin había sido quien destapó el secreto de la verdadera identidad de la Corporación. Por eso la caja era tan importante. ¿Sabría Kevin que ella era hija de Franklin Rhinehart? Si lo sabía, nunca lo había aparentado. No, cuando sacaron aquella caja del almacén de Caborca, ambos trabajaban para la Corporación. Por lo tanto, alguien estaba saboteando la organización desde dentro. Alguien que sabía que solo Kevin podría abrir la caja. ¿Quién le había encargado aquella misión? Aunque odiaba admitirlo, solo había una persona que podría contestar a esa pregunta: su padre, el Dr. Franklin Rhinehart.
Si Clive se percató de lo que Helen estaba pensando, no dio muestras de ello. En lugar de eso, encendió un cigarrillo. Lo cual habría sido muy estúpido, puesto que estaba ante una mercenaria altamente entrenada en combate con y sin armas, y un psíquico capaz de freírle el cerebro en cuestión de segundos. Bien, Helen no estaba segura de lo segundo, pero el hecho es que Fritzl no hizo otra cosa. No se movió del suelo en donde estaba sentado. Ella tampoco se movió de su sitio. Cuando terminó el cigarrillo, echó la colilla en el suelo, y volvió a mirar su teléfono móvil. Con una mueca de satisfacción marcó un número:
-Buenos días, señor. Tengo una oferta de dos por uno para usted.
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