A menudo mantenemos el cliché de que el cine español tiene una calidad pésima. Yo suelo contarme entre los que sostienen ese cliché. Tras ver "El Concursante", creo que cambiaré mi opinión. El cine español no es malo. Simplemente está controlado por determinado grupo de cineastas que impiden que películas geniales como esta sean reconocidas (aunque tuvo el Premio de la Crítica en el Festival de Málaga de 2007, y eso fue todo). Esta es la primera crítica que hago sobre una película, y tengo la intención de que no sea la última. No obstante, era de justicia comentarla aquí, especialmente en los turbulentos tiempos en los que vivimos, porque El Concursante ha resultado ser ni más ni menos que una película profética, teniendo en cuenta que fue rodada en 2007, un año antes de que comenzara la mal llamada "crisis económica mundial" que actualmente vivimos. El mensaje de la película es claro: los bancos son insolventes, a pesar de que creamos lo contrario. Y ha resultado ser verdad. Ahora todos los sabemos. Rodrigo Cortés, el genio tras esta película, fue el primero en ver esto.
Comencemos a hablar de la película. En primer lugar una sinopsis del argumento: Martín Circo Martín es un hombre normal. Es profesor adjunto de Economía Política en una universidad española. Nació en Argentina, y vino a España buscando oportunidades. Las encontró. Su vida no es genial, pero está bastante bien. Su novia es guapa, tiene un estupendo amigo, otro profesor de la Universidad, llamado Eloy. Entonces Martín decide hacer algo que cambiará su vida: participar en un concurso, en el cual puede utilizar sus malaprovechados conocimientos de economía. Y gana. 3 millones de euros, a gastar en premios diversos: dos casas, dos coches, un barco, un viaje alrededor del mundo, una avioneta, cuadros, electrodomésticos para, como dice Martín en su humor particular "amueblar la cocina, las tres cocinas y todas las cocinas cuando las cocinas se llenen de aparatos". Pero las cosas se empiezan a torcer. De nuevo, en palabras de Martín, en referencia a su avioneta, aparcada en un aeródromo, "yo no tengo miedo a volar, tengo miedo a estrellarme". Eso nos va a adelantar lo que ocurrirá a continuación. Ser rico es caro. Martín es obscenamente rico, pero no tiene liquidez. Y Hacienda quiere su parte: el 46,8%, tipo al que tributan los premios televisivos. En un año, Martín debe conseguir el 46'8% de los tres millones que ha ganado, con su "sueldo de mierda" (sic) y con todos los gastos que generan sus nuevas posesiones. Su novia Laura tiene la solución: Tiene que pedir un crédito al banco: 600.000 euros (100 millones de las antiguas pesetas) con todos sus bienes como aval. Es rico, ¿no? No. Martín comienza a perder el control de su vida en ese momento, y pronto se dará cuenta de que sus conocimientos de economía están obsoletos. Que ha estado enseñando a sus alumnos una propaganda que es falsa. Y necesitará la ayuda de otro economista: Edmundo Figueroa, "viejo, feo, y disidente", como él se presenta, para poder salir de la trampa que le han hecho.
La película tiene cifras. Muchas cifras. Porcentajes, tipos de interés. Tiene también muchos datos. Martín es bueno recordando datos anecdóticos, y por eso ganó el concurso. El ritmo de la película es inconstante. Como nuestra propia memoria, cuando nos despertamos de un sueño (o una pesadilla), el comienzo es desordenado, caótico. Luego Martín se aclara con sus propios recuerdos, y la película comienza a ganar linealidad. Mientras la cordura de Martín se mantiene intacta. Luego, a medida que esta comienza a debilitarse, comienza a desordenarse, a volverse de nuevo caótica. No obstante, hay un orden subyacente. No fue hasta el final de la película que entendí que la película, desde su inicio hasta su final (que a pesar de vislumbrarse ya al comienzo, no deja de sorprender) presenta la estructura de la "Alegoría de la caverna" de Platón.
El guión es simplemente genial, y no solo por esta "estructura desestructurada", sino porque cada uno de los personajes tiene un encanto maravilloso: Martín, el concursante protagonista interpretado por Leonardo Sbaraglia, hace un papel maravilloso: neurótico, cínico, deprimido, alegre, paranoico, hambriento de conocer la verdad. Humano, ante todo. Es imposible no identificarse con él. Edmundo Figueroa, interpretado por Chete Lera: ordenado, racional, fumador, disidente. Con un mando a distancia para apagar a su madre, una anciana que dedica las 24 horas a ver la televisión sin parpadear. Laura (Myriam Gallego): caprichosa, superficial, manipuladora. Pero que ama a Martín ante todo. A su lado, ofreciendo su consejo... o manipulándole a su favor. Pizarro, el asesor (interpretado por Luis Zahera): inteligente, malhablado, y como buen gallego, con mucho "sentidiño". Incluso los hombres de gris del banco tienen su carisma. Monstruos anónimos, gárgolas de un sistema monstruoso.
Gráficamente, la película está también milimétricamente cuidada, a pesar de no parecerlo. Cada escena está pensada. Los giros de cámara, que hacen mareantes las escenas con Pizarro, el asesor financiero de Martín, llenas de datos y cifras. El enfoque de la cámara desde el cielo, al grito de Martín bajo la lluvia, dirigiéndose a Dios o al espectador, no está claro (¿hay alguna diferencia?): "¡El mayor premio de la historia de la televisión y ni una puta moneda de cincuenta céntimos!" (sic). Y por supuesto, la escena central de la película, en la que Edmundo Figueroa explica a Martín cómo funciona nuestra economía. Esta escena últimamente ha circulado intensamente en Internet, por lo esclarecedora que es del funcionamiento de la economía mundial. Tan simple, que resulta aterradora. La fotografía es también muy cuidada, aunque buena parte de la película sea claustrofóbica. A veces monocroma, a veces llena de color. La mayor parte del tiempo, un claroscuro de luces y sombras, como la caverna mediática en la que Martín, mejo dicho, en la que todos nosotros vivimos.
La banda sonora pasa desapercibida los dos primeros tercios de película. Casi diría que es inexistente. Quizá porque estaba demasiado atrapado haciendo cálculos. De pronto, Martín corre bajo la lluvia, deseperado y la música, como un reflejo de la locura (o la iluminación) de Martín, surge para no marcharse hasta llegar el final. En este tramo, la banda sonora añade el dramatismo perfecto para los últimos compases de la danza macabra que Martín se ha visto obligado a bailar.
Si quisiera ser rebuscado, muy muy rebuscado a la hora de buscar defectos, diría que la película es corta. Dura 82 minutos, que se pasan en un suspiro porque una vez que empieces a verla, no podrás parar. En el momento que tuve que hacerlo y sin querer pulsé el botón de "Stop" en vez de "Pause" del mando del DVD, mi grito de "¡¡¡NOOOOOOO!!!" creo que se oyó en todo el vecindario. Por suerte, el corte fue al comienzo de uno de los capítulos del DVD.
Nota: 10. No os engañéis, es posible que no volváis a ver esta nota en este blog. Aunque "El Club de la Lucha" es mi película favorita, esta la voy a colocar de forma indeterminada entre las tres mejores que he visto en mi vida, pendiente de volver a ver "Origen", otra película muy recomendable.
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