martes, 25 de agosto de 2009

El Agente: Archivo #001 - Peregrinación.


"No debería haber aceptado esta misión", pensó Kevin mientras conducía el viejo jeep por la polvorienta carretera del desierto. Lo cierto, es que tampoco le habían quedado muchas opciones. Un día, había recibido una llamada de su Supervisor, el siempre misterioso Sr. Gray, llamándole a su despacho. Mr. Gray era un hombre de mediana edad, de pelo gris, de traje gris, de aspecto gris, y, Kevin estaba seguro, de mente gris y de pasado también gris. Posiblemente gris oscuro.
-Tiene una nueva asignación, Agente. En el sobre se contiene todo lo que necesita para comenzar la misión. Mañana debe coger el primer vuelo hacia Tucson, Arizona. En el aeropuerto debe usar la llave en la taquilla con el número indicado. Allí encontrará más instrucciones.
Y ya está. Le miró de arriba a abajo, y tan sólo añadió.
-¿Alguna pregunta?
-No, Mr. Gray.
-Aprende rápido, joven. Hoy tiene el resto del día libre. Aprovéchelo para prepararse para su asignación.
"Maldito desierto. Maldito trabajo..." murmuraba Kevin para sí, mientras la radio tocaba canciones rancheras. Se desanudó un poco la corbata, y tomó un trago de agua. Había decidido ser precavido, y aunque el viaje implicaba cruzar el desierto apenas unas pocas horas hasta llegar a Caborca, en el estado de Sonora, México, llevaba una tienda de campaña, provisiones y agua para tres días, y... *PUM*
"Oh, no por favor, no". Miró el cuadro de mandos del coche. Posiblemente un fallo de la batería. Se bajó del coche, y abrió el capó, tosiendo ante la vaharada de humo que salió. Se apartó, y agitó las manos, como si eso fuera a ser de alguna utilidad. Cuando el humo comenzó a disiparse, observó el interior. "Habrá que cambiar la batería... ¿Por qué aceptaría este maldito trabajo?".
Cogió su móvil, y llamó al número de asistencia en carretera. Por suerte para él, hubo cobertura. Por desgracia, le dijeron que hasta mañana no podrían acercarse con una batería nueva. Le preguntaron si llevaba provisiones, y contestó que sí. Lo que dijo el individuo al otro lado del teléfono terminó por aplastar sus ánimos:
-Monte su tienda al lado del coche, deje el teléfono encendido, y encienda un fuego. No se aleje del lugar en ningún momento. No es el primer viajero que se comen los coyotes.
Sin apenas pensar en ello, Kevin montó su tienda de campaña, al lado mismo del coche. Puso la alarma del mismo, tendió un saco de dormir y sus pocas posesiones (el teléfono móvil, la nevera con las provisiones, la maleta con su ropa y una revista que compró en el aeropuerto para hacer tiempo), y se dispuso a pasar la noche en el desierto.

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