Würzburg es una ciudad de Baviera, Alemania, aunque sólo desde 1814. Su nombre vendría a significar "Fuerte de las especias", lo cual es un nombre muy apropiado teniendo en cuenta que el comercio con sal y otras hierbas y especias traídas por mercaderes desde Oriente Medio. La fortaleza de Marienburg, que preside el río (y que vemos en la foto) fue construida en la Edad Media, pero ya antes de que los romanos llegaran aquí había un castro celta en el emplazamiento del mismo. La ciudad fue convertida al cristianismo por monjes irlandeses, y desde entonces se convirtió en un bastión militar de la fe cristiana. Los obispos que gobernaban la ciudad hicieron construir y ampliar sucesivamente la fortaleza, para defenderse de diferentes invasores, especialmente los turcos. Sin embargo, también se defendió contra los propios campesinos alemanes, que se levantaron durante la Bauernkrieg ("guerra de los campesinos") en el siglo XVI. Por muchos enemigos y batallas a las que se enfrentó, el castillo nunca fue tomado, ni siquiera en la Segunda Guerra Mundial, cuando el 90% de la ciudad fue destruida, y el castillo sufrió severos daños por el bombardeo británico sistemático de todas las ciudades mayores de 100.000 habitantes. Hace apenas unos veinte años que la fortaleza fue restaurada. Parte de los fondos fueron aportados por los británicos.
La ciudad es una de las más bellas que he visto en Alemania. Llegamos en coche desde el sur. Nuestra primera parada fue la Residenz, el inmenso palacio donde vivían los obispos desde su construcción en el siglo XVIII (previamente vivían en la fortaleza de Marienburg).
Después nos dirigimos hacia el centro de la ciudad, donde visitamos la Marienkapelle. La capilla (que su nombre no os despiste, es enorme) es muy diferente a las habituales iglesias góticas. Especialmente llama la atención la piedra arenisca roja y dorada, con la que está realizada. Esos colores, que son los de la bandera y el escudo de la ciudad, la convierten en un monumento no sólo religioso, sino también civil.
Después de la catedral, hicimos una parada en la Plaza del Mercado, que está adyacente a la iglesia. En él encontramos el clásico estandarte que decora todas las ciudades y pueblos de Baviera. El de Würzburg es uno de los más altos que he visto en Alemania. La tradición de estos estandartes es que en época de fiesta, si es robado por el pueblo vecino, el pueblo sin estandarte debe pagar a los "conquistadores" toda la cerveza que quieran (y puedan) consumir durante las fiestas. Razón por la cual, los abetos más altos se dedican a construir estos curiosos estandartes, decorados con motivos que relatan la historia de la ciudad, las principales hazañas de los vecinos más ilustres y los principales monumentos.
Después nos dirigimos hacia la fortaleza, dando un paseo por la ribera del Meno. Me gustaron mucho las instalaciones decimonónicas del puerto fluvial, que se usaba hace siglos para que los barcos atracaran allí y llevaran su mercancía al mercado o a la fortaleza. Actualmente el puerto fluvial está corriente arriba, en las afueras de la ciudad. Más allá nos encontramos con el Puente Viejo, un puente de varios siglos de antigüedad, y desde el cual se llega casi directamente al castillo, tras atravesar unas pocas calles.
La ascensión al castillo tuvo su dificultad, pero se vio recompensado por preciosas vistas de la ciudad y de todos sus alrededores. Me sorprendió bastante ver viñedos en la ladera de la montaña. Estos viñedos, además, se cultivan en régimen comunal, según pude saber más tarde. Había estudiado en la universidad acerca de la régimen de propiedad comunal germánico, pero fue curioso ver que esa figura sigue existiendo en aquél país. Mientras que nuestra cultura jurídica promueve que compartir es algo malo, y por ello establece claramente normas para la división y partición de cuotas de cualquier propiedad en manos de varias personas, la cultura germánica apoya la noción de que lo importante es la integridad de una cosa. Si en Galicia tuviéramos esta cultura, no habríamos tenifo jamás el problema de minifundismo que ha sido lacra tradicional de nuestra economía.
Finalmente, pudimos visitar la fortaleza. Se trata de una construcción pintoresca, porque ha sido construida, ampliada y reconstruida a lo largo de los últimos mil años. La inmensa mole se alza sobre la ciudad como el cadáver de un inmenso titán todavía agonizante. En su interior, es posible admirar un museo en el que se guardan numerosas armas usadas por los soldados del castillo. También hay, por supuesto, varias iglesias y capillas, como corresponde a una residencia episcopal. De hecho, un objeto es de visita obligada es "El Toro", un inmenso órgano de tubos, el cual un obispo hizo instalar. Todas las mañanas, el obispo se levantaba al amanecer para tocar el órgano y despertar con su música a los lugareños para que se dispusieran a ir al trabajo. Aunque el órgano no fue destruido, no es de extrañar que los campesinos terminaran por rebelarse contra el obispo y su "despertador matinal".
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