Uno de los principales desafíos del siglo XXI es el de las migraciones masivas a consecuencia de los problemas asociados al cambio climático. En este momento, el principal es la Guerra de Siria contra Estado Islámico, pero ni es el primero ni será el último conflicto relacionado con el cambio climático. A la hora de definir una pauta de actuación, las opciones son limitadas: podemos optar por seguir a Kant o dar la razón a Hitler.
En la mayor parte de códigos penales del mundo, dejar a una víctima de un accidente de tráfico desamparada constituye un acto delictivo. Ocurre lo mismo cuando una persona observa un hecho delictivo y no actúa para avisar a la Policía, ayudar a la víctima y, en la medida de sus posibilidades, enfrentar al agresor. Este deber, conocido como el deber de socorro, es producto de la filosofía kantiana según la cual existen pautas de conducta moral que son transversales a toda cultura y por tanto constituyen "imperativos categóricos", conductas que son objetivamente morales. Esta filosofía llegó a los liberales franceses, que plasmaron en la Carta de Derechos del Hombre y del Ciudadano tras la Revolución Francesa. Para ellos, el auxilio mutuo constituia algo tan fundamental entre los ciudadanos de la República, que lo plasmaron como uno de los tres pilares de la misma, la fraternité. Más tarde, cuando Napoleón toma el poder y proclama el Imperio, decide dar un paso más e incluye el deber de socorro dentro de su Código Penal, que será trasladado a todas las provincias del Imperio. Aunque Napoleón fuera derrotado, las leyes que creó en muchos casos permanecieron. A día de hoy, esta figura penal continúa existiendo no sólo en los países conquistados por el general francés, sino también en aquellos que posteriormente esos países dominaron durante la Era Imperial de la segunda mitad del siglo XIX.
Siguiendo esta filosofía y ampliándola a un plano internacional, es deber de los Estados auxiliar a los emigrantes de los países en situación de conflicto. Constituye un imperativo ético que no tiene excusa alguna, como el potencial peligro que pueda existir de mano de una presunta amenaza terrorista. De hecho, si la llegada de emigrantes con pasaportes falsos constituye un desafío a las potencias occidentales, que destinan un creciente presupuesto a combatir el terrorismo aún cuando las bolsas de pobreza se hacen cada vez mayores en sus propios países (alimentando de paso el crecimiento de amenazas terroristas para ellos); entonces me temo que tenemos un grave problema de mal uso de esos fondos.
Sea cual fuere el caso, examinemos cuál sería la opción contraria. Bajo el pretexto de mantener una "Europa para los europeos", se estaría de facto validando la concepción hitleriana del Estado. De acuerdo con el pensamiento de Hitler, las sociedades necesitan un lebensraum, un espacio vital. Conseguir ese espacio vital de cualquier forma es la principal meta para la supervivencia de las naciones, por lo que es corrrecto desde su punto de vista que naciones superiores exterminen a naciones inferiores con ese fin. Es cierto que a día de hoy, tal noción está superada por la green revolution que tuvo lugar en los años ciencuenta y sesenta que ha provocado de hecho, un exceso de producción de recursos, tal y como inteligentemente sostiene el historiador Timothy Snyder en este ensayo.
De acuerdo con Snyder, el "mundo de Hitler" podría no estar tan lejos como pensamos. En primer lugar, porque la producción de alimentos está llegando a su pico, principalmente debido a que los países más ricos consumen una proporción nunca vista de recursos dejando sin casi nada a los países más pobres. En segundo lugar, porque el cambio climático puede llegar a producir con mayor frecuencia desastres naturales que conduzcan a conflictos en los países exportadores de alimentos. Este es el caso de Siria, que debido a la sequía se ha encontrado con una crisis migratoria interna que ha terminado, conjugada con otros factores, en la guerra entre el régimen oficialista y el secesionista Estado Islámico. En ese contexto, es posible que los europeos opten, una vez más, por cerrar sus puertas a los emigrantes para proteger su lebensraum. De hecho, sin ir más lejos, en España se ha popularizado la concepción de que no es posible acoger a esos emigrantes porque el Estado debe atender "primero a los españoles". Tal concepción supone, tal y como los nazis concibieron, clasificar al mundo en dos estratos nacionales o raciales, de los cuales uno tiene un derecho sobre el otro.
Esperemos, no obstante, que triunfe la lógica kantiana. Si no es así, estamos condenados a repetir los mismos errores que el régimen nazi cometió en el siglo XX.
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