En el momento en que parecía que la crisis pasaba a un segundo plano, otro palo nos golpea de lleno: la bancarrota de Irlanda, que podría necesitar un rescate financiero similar al que necesitó Grecia hace unos meses. Eso es de por sí una mala noticia para el mundo y para Europa. Pero en concreto, es una mala noticia para Galicia. La razón es que Irlanda representaba el modelo económico que se pretendía implantar en Galicia, la de cambiar las vacas por microchips.
Sin embargo, Irlanda ha caído en la misma trampa que otros países del mundo: la especulación inmobiliaria la ha conducido al desastre. Por eso, no deberíamos pensar en la mala situación de Irlanda como el fin del modelo de reconversión tecnológica, si no más bien una advertencia a lo que no se debe hacer, que es tratar de ordeñar la vaca de la leche de oro hasta dejarla seca. Hay que saber administrar los frutos del éxito tan bien como se administra las partidas de gastos.
Actualmente Galicia pasa una etapa no de bonanza, pero sí de cierto optimismo. El crecimiento se sitúa en el triple del resto del territorio nacional, gracias a los réditos del Año Xacobeo. Ahora el asunto es en qué nos gastamos los cuartos ganados. ¿En tapar las goteras? Usar ese dinero para fortalecer el tejido tecnológico de Galicia es una apuesta segura, y el fracaso de Irlanda no debería suponer un motivo como para hacer a las instituciones flaquear en ese propósito.
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