miércoles, 27 de julio de 2011

Spanischmann in Deutschland #9: Berlin


Berlín es una ciudad de contrastes. Lo nuevo y lo antiguo se cruzan por doquier en esta urbe. La ciudad es enorme: en superficie, es cuatro veces la ciudad de Barcelona. Desde la Fernsehturm, a 203,78 metros, no es posible ver el final de la ciudad. El hecho de que fuera arrasada por la guerra varias veces en los últimos doscientos años ha influido mucho en su forma y también en la cultura de sus habitantes. Se trata, a priori de una ciudad abierta, en la que cualquier persona es bienvenida... o esa es la fama que tiene. No obstante, me temo que la crisis económica ha cambiado un tanto las cosas. Si algo me he percatado en mi estancia en Berlín es la creciente hostilidad con la que se recibe allí a los españoles. No muy diferente a la que se percibe entre los españoles acerca de los inmigrantes que llegan de otros países. Lo cual es una pena, pues arruina una reputación que Berlín se había ganado a pulso con lugares como el Centro Tachelles (link en alemán, pero si hacéis click en "history" podréis ver una selección de fotos del edificio).

Aunque es difícil imaginar cómo sería la vida de los berlineses en la época del muro (aunque he visitado dos museos que lo ilustran bastante bien, el DDR Museum y el Museo de la Seguridad del Estado), todavía se notan ligeras diferencias entre ambas ciudades. Principalmente, la abundacia de monumentos en favor del comunismo o la unión soviética en un lado, y la abundacia de centros comerciales en el otro. No obstante, la zona alrededor de Alexanderplatz está llena de vida a cualquier hora del día, y existe un enorme centro comercial, Alexa, en el que se aglutinan las principales marcas internacionales.

Si tuviera que elegir ahora mismo un barrio de Berlín, escogería sin duda Spandau. Con su cercanía a la Museuminsel, y al propio río Spree, su vida nocturna, su cercanía al centro y su aspecto de (como llaman los berlineses) "Disneylandia comunista", es un barrio que me recordó enormemente a Camden en Londres. Por lo tanto, un barrio al que la visita es obligada especialmente para la gente joven.

Finalmente, os propongo dos recomendaciones de cine alemán, para conocer un poco mejor el Berlín antes y después de la caída del muro: "La vida de los otros" y "Good Bye, Lenin!". Vedlas en ese orden, y quedáos con la fotografía. El cambio es sutil, pero se va haciendo cada vez más grande. Aunque todavía no la he visto (y no me atrevo a recomendarla), supongo que si queréis tener un vistazo del Berlín actual, la tercera película con la que deberíais completar el maratón de cine sería "Sin Identidad", que transcurre en la capital alemana.

P.S.: También es recomendable, si pensáis en viajar a la capital alemana o simplemente conocer un poco mejor la ciudad de forma amena que veáis el capítulo que el programa de la Sexta "Planeta Finito" le ha dedicado a Berlín; presentado para la ocasión por Paco León.

domingo, 10 de julio de 2011

El Concursante


A menudo mantenemos el cliché de que el cine español tiene una calidad pésima. Yo suelo contarme entre los que sostienen ese cliché. Tras ver "El Concursante", creo que cambiaré mi opinión. El cine español no es malo. Simplemente está controlado por determinado grupo de cineastas que impiden que películas geniales como esta sean reconocidas (aunque tuvo el Premio de la Crítica en el Festival de Málaga de 2007, y eso fue todo). Esta es la primera crítica que hago sobre una película, y tengo la intención de que no sea la última. No obstante, era de justicia comentarla aquí, especialmente en los turbulentos tiempos en los que vivimos, porque El Concursante ha resultado ser ni más ni menos que una película profética, teniendo en cuenta que fue rodada en 2007, un año antes de que comenzara la mal llamada "crisis económica mundial" que actualmente vivimos. El mensaje de la película es claro: los bancos son insolventes, a pesar de que creamos lo contrario. Y ha resultado ser verdad. Ahora todos los sabemos. Rodrigo Cortés, el genio tras esta película, fue el primero en ver esto.

Comencemos a hablar de la película. En primer lugar una sinopsis del argumento: Martín Circo Martín es un hombre normal. Es profesor adjunto de Economía Política en una universidad española. Nació en Argentina, y vino a España buscando oportunidades. Las encontró. Su vida no es genial, pero está bastante bien. Su novia es guapa, tiene un estupendo amigo, otro profesor de la Universidad, llamado Eloy. Entonces Martín decide hacer algo que cambiará su vida: participar en un concurso, en el cual puede utilizar sus malaprovechados conocimientos de economía. Y gana. 3 millones de euros, a gastar en premios diversos: dos casas, dos coches, un barco, un viaje alrededor del mundo, una avioneta, cuadros, electrodomésticos para, como dice Martín en su humor particular "amueblar la cocina, las tres cocinas y todas las cocinas cuando las cocinas se llenen de aparatos". Pero las cosas se empiezan a torcer. De nuevo, en palabras de Martín, en referencia a su avioneta, aparcada en un aeródromo, "yo no tengo miedo a volar, tengo miedo a estrellarme". Eso nos va a adelantar lo que ocurrirá a continuación. Ser rico es caro. Martín es obscenamente rico, pero no tiene liquidez. Y Hacienda quiere su parte: el 46,8%, tipo al que tributan los premios televisivos. En un año, Martín debe conseguir el 46'8% de los tres millones que ha ganado, con su "sueldo de mierda" (sic) y con todos los gastos que generan sus nuevas posesiones. Su novia Laura tiene la solución: Tiene que pedir un crédito al banco: 600.000 euros (100 millones de las antiguas pesetas) con todos sus bienes como aval. Es rico, ¿no? No. Martín comienza a perder el control de su vida en ese momento, y pronto se dará cuenta de que sus conocimientos de economía están obsoletos. Que ha estado enseñando a sus alumnos una propaganda que es falsa. Y necesitará la ayuda de otro economista: Edmundo Figueroa, "viejo, feo, y disidente", como él se presenta, para poder salir de la trampa que le han hecho.

La película tiene cifras. Muchas cifras. Porcentajes, tipos de interés. Tiene también muchos datos. Martín es bueno recordando datos anecdóticos, y por eso ganó el concurso. El ritmo de la película es inconstante. Como nuestra propia memoria, cuando nos despertamos de un sueño (o una pesadilla), el comienzo es desordenado, caótico. Luego Martín se aclara con sus propios recuerdos, y la película comienza a ganar linealidad. Mientras la cordura de Martín se mantiene intacta. Luego, a medida que esta comienza a debilitarse, comienza a desordenarse, a volverse de nuevo caótica. No obstante, hay un orden subyacente. No fue hasta el final de la película que entendí que la película, desde su inicio hasta su final (que a pesar de vislumbrarse ya al comienzo, no deja de sorprender) presenta la estructura de la "Alegoría de la caverna" de Platón.

El guión es simplemente genial, y no solo por esta "estructura desestructurada", sino porque cada uno de los personajes tiene un encanto maravilloso: Martín, el concursante protagonista interpretado por Leonardo Sbaraglia, hace un papel maravilloso: neurótico, cínico, deprimido, alegre, paranoico, hambriento de conocer la verdad. Humano, ante todo. Es imposible no identificarse con él. Edmundo Figueroa, interpretado por Chete Lera: ordenado, racional, fumador, disidente. Con un mando a distancia para apagar a su madre, una anciana que dedica las 24 horas a ver la televisión sin parpadear. Laura (Myriam Gallego): caprichosa, superficial, manipuladora. Pero que ama a Martín ante todo. A su lado, ofreciendo su consejo... o manipulándole a su favor. Pizarro, el asesor (interpretado por Luis Zahera): inteligente, malhablado, y como buen gallego, con mucho "sentidiño". Incluso los hombres de gris del banco tienen su carisma. Monstruos anónimos, gárgolas de un sistema monstruoso.

Gráficamente, la película está también milimétricamente cuidada, a pesar de no parecerlo. Cada escena está pensada. Los giros de cámara, que hacen mareantes las escenas con Pizarro, el asesor financiero de Martín, llenas de datos y cifras. El enfoque de la cámara desde el cielo, al grito de Martín bajo la lluvia, dirigiéndose a Dios o al espectador, no está claro (¿hay alguna diferencia?): "¡El mayor premio de la historia de la televisión y ni una puta moneda de cincuenta céntimos!" (sic). Y por supuesto, la escena central de la película, en la que Edmundo Figueroa explica a Martín cómo funciona nuestra economía. Esta escena últimamente ha circulado intensamente en Internet, por lo esclarecedora que es del funcionamiento de la economía mundial. Tan simple, que resulta aterradora. La fotografía es también muy cuidada, aunque buena parte de la película sea claustrofóbica. A veces monocroma, a veces llena de color. La mayor parte del tiempo, un claroscuro de luces y sombras, como la caverna mediática en la que Martín, mejo dicho, en la que todos nosotros vivimos.

La banda sonora pasa desapercibida los dos primeros tercios de película. Casi diría que es inexistente. Quizá porque estaba demasiado atrapado haciendo cálculos. De pronto, Martín corre bajo la lluvia, deseperado y la música, como un reflejo de la locura (o la iluminación) de Martín, surge para no marcharse hasta llegar el final. En este tramo, la banda sonora añade el dramatismo perfecto para los últimos compases de la danza macabra que Martín se ha visto obligado a bailar.

Si quisiera ser rebuscado, muy muy rebuscado a la hora de buscar defectos, diría que la película es corta. Dura 82 minutos, que se pasan en un suspiro porque una vez que empieces a verla, no podrás parar. En el momento que tuve que hacerlo y sin querer pulsé el botón de "Stop" en vez de "Pause" del mando del DVD, mi grito de "¡¡¡NOOOOOOO!!!" creo que se oyó en todo el vecindario. Por suerte, el corte fue al comienzo de uno de los capítulos del DVD.

Nota: 10. No os engañéis, es posible que no volváis a ver esta nota en este blog. Aunque "El Club de la Lucha" es mi película favorita, esta la voy a colocar de forma indeterminada entre las tres mejores que he visto en mi vida, pendiente de volver a ver "Origen", otra película muy recomendable.

miércoles, 6 de julio de 2011

El Agente: Archivo #028 - El cazador cazado


Fritzl tosió, y recogió sus gafas. Las limpió con un pañuelo que sacó de su chaqueta. Estaban llenas de polvo, y tenían un rayazo en las mismas, provocado por la caída. No obstante, eso se convirtió en el menor de sus problemas cuando la mujer rubia que había venido a buscar se encontraba apuntándole con una pistola. En la otra mano tenía un extraño aparato. Parecía un mando a distancia de construcción casera. El detective, Clive, creía recordar que se llamaba, apareció poco después. Estaba igual de cubierto de polvo y de magulladoras que Helen. No obstante, parecía que la peor parte se la había llevado él. ¿Cómo podía ser? Recordaba una explosión unos pocos segundos antes, el dolor... un dolor tan intenso que parecía que los ojos fueran a salírsele de las cuencas, que cada partícula de su cuerpo fuera a desintegrarse en una explosión atómica. Pronto entendió lo que ocurría. Le habían hablado de ello durante su formación como sintonizador.
-Los sintonizadores sois especialmente sensibles a las corrientes electromagnéticas. Por eso fabriqué un dispositivo emisor de una potente onda. Como ves, mi casa no ha sufrido más daños que los causados por tus hombres. Por lo que por cierto, pagaréis bien caro. Ahora dime, ¿qué es lo que queréis de mí? Ya no trabajo para la Corporación. Es más, no trabajo para nadie, salvo tal vez para mí misma. Ellos te han enviado aquí. Sabía demasiado, supongo. Pues te equivocas: no sé una mierda. Así que espero que tú empieces a cantar, y pronto.

Le dolía muchísimo la cabeza. Era como una resaca, pero mil veces peor. Le costaba moverse, y a duras penas consiguió sentarse. Pero lo hizo. La mujer siguió apuntándole, y hablando.
-¿Le ha enviado mi padre? Él sabe de sobra que no quiero verlo. Sabe de sobra lo que opino de lo que hace... En realidad, creo que le han hecho una encerrona, Fritzl. Ahora es mi prisionero, y no dudaré en hacer lo que sea necesario para saber dónde está Kevin y qué han hecho con él. Ni siquiera un escuadrón con sus mejores hombres ha sido capaz de capturarme, pero imagino que no tardarán en venir más, ¿verdad?

Entonces el detective apuntó hacia la mujer.
-En realidad, no ha sido al señor Fritzl a quién su padre ha enviado, señorita Rhinehart. Ha sido muy considerada al salvarme la vida, pero tengo un trabajo que hacer. Ahora, deje el arma en el suelo, muy despacio.

La mujer obedeció. Fritzl no pudo contener una mueca de ironía. Buscó con la mirada su sombrero y alargó el brazo para cogerlo. El detective se movió con rapidez para apuntarle. Fritz se quedó quieto, con la mano extendida, y con cara de fastidio.
-No le he dado permiso para moverse, Fritzl. Usted también viene. Sospecho que los gnomos para los que trabaja mostrarán mucho más interés en pagarme si le mantengo retenido.

El detective sacó su teléfono móvil, y se percató de que las interferencias causadas por la explosión electromagnética de Helen impedían que recibiera señal. Tendría que esperar un rato hasta que la señal se aclarara de nuevo. Mientras tanto, había algunas cosas que quería saber.
-Ahora quiero que respondáis algunas preguntas. Quiero saber en qué clase de fregado me habéis metido. Empieza tú, Fritzl. ¿Qué es la Corporación?
-Sé que son una organización antigua, aunque no sabría precisar cuánto. Su objetivo es controlar la paratecnología, y monopolizar su difusión.
-¿Paratecnología? ¿Qué diablos es eso?
-Tecnología que no ha sido creado en este mundo.
-¿Quieres decir que se trata de una especie de conspiración alienígena?
-No, que yo sepa. Todos los miembros de la Corporación que conozco son humanos. Aunque podría ser que solo usaran agentes humanos en las Tierras...
-¿Tierras? ¿Quieres decir que hay más de una? En fin, prefiero no saberlo. Señorita, ¿sabe usted algo más? -dicho lo cual pasó a apuntarla a ella. Fritz cogió su sombrero y comenzó a quitarle el polvo. Clive le miró con desprecio, pero siguió apuntando a la joven-
-No defiendo la Corporación, pero si me vas a llevar ante mi padre, pregúntale a él.
-Te estoy preguntando a tí, ahora.
-Mi padre no es ningún alienígena. No hay ningún alienígena en la Corporación.
-Las armas que usaban esos tipos... no existe en este mundo, que yo sepa. No sé de dónde la han sacado, pero nunca había visto nada similar. Y no se trata solo de las armas... todo su equipo es extraño. Parecen sacados de un videojuego.

Fritzl tomó la palabra:
-No son producto de ningún videojuego, aunque es verdad que algunos han sido con la finalidad de acostumbrar a los niños y jóvenes a usar armas que en el futuro serán comunes.
-Vale, supongamos que me trago todo eso: armas futuristas, teletransportación, una conspiración... ¿por qué actúan de esa forma? ¿por qué no dejar que esa... paratecnología sea libre y ya está?
-Herr Thomson, el mundo del que yo procedo fue arrasado por la irrupción sin control de la paratecnología. Los británicos casi destruyen Nueva York con ella. Y ha habido muchos más incidentes provocados por ella durante la guerra.
-Así que ahora resulta que esos tipos son los buenos de la película. Esa sí que es buena. Sin embargo, ellos la utilizan, ¿no es verdad? Usted fue enviado por la Corporación Rhinehart, y sus hombres utilizan esa paratecnología. No me parece que me esté contando la verdad, Fritzl.
-Me temo, Herr Thomson, que nadie sabe la verdad sobre la corporación. Nadie, salvo una persona. Y esa persona murió sin dejar rastro de su investigación.

Helen cayó en la cuenta. El abuelo de Kevin había sido quien destapó el secreto de la verdadera identidad de la Corporación. Por eso la caja era tan importante. ¿Sabría Kevin que ella era hija de Franklin Rhinehart? Si lo sabía, nunca lo había aparentado. No, cuando sacaron aquella caja del almacén de Caborca, ambos trabajaban para la Corporación. Por lo tanto, alguien estaba saboteando la organización desde dentro. Alguien que sabía que solo Kevin podría abrir la caja. ¿Quién le había encargado aquella misión? Aunque odiaba admitirlo, solo había una persona que podría contestar a esa pregunta: su padre, el Dr. Franklin Rhinehart.

Si Clive se percató de lo que Helen estaba pensando, no dio muestras de ello. En lugar de eso, encendió un cigarrillo. Lo cual habría sido muy estúpido, puesto que estaba ante una mercenaria altamente entrenada en combate con y sin armas, y un psíquico capaz de freírle el cerebro en cuestión de segundos. Bien, Helen no estaba segura de lo segundo, pero el hecho es que Fritzl no hizo otra cosa. No se movió del suelo en donde estaba sentado. Ella tampoco se movió de su sitio. Cuando terminó el cigarrillo, echó la colilla en el suelo, y volvió a mirar su teléfono móvil. Con una mueca de satisfacción marcó un número:
-Buenos días, señor. Tengo una oferta de dos por uno para usted.